La ética
en la ciencia, tan solo por definición debe ser edificada dentro del mismo
lecho científico, por tanto sus fundamentos deben ser estructurados por quienes
la practican y no debe ser criticada y atrofiada por individuos a quienes no
les concierne este trabajo. La ciencia es un bien en sí misma y es la base de
muchos otros bienes en la sociedad, por tanto es del todo ilógico establecerle
cotas que frenen su desarrollo y nos dejen sumidos en el estancamiento social y
tecnológico. La práctica científica estudia el lenguaje en el que está escrito
el cosmos, un lenguaje no creado y exento de la voluntad del hombre, por tanto
no debe ser criticada por personas ajenas a ella que solo buscan acabar con el
desarrollo científico para cumplir ciertos intereses. El siglo pasado, fue el
siglo de mayor fecundidad para la ciencia en su historia, con el advenimiento
de grandes ramas de estudio como la relatividad, la física nuclear, la
cosmología, el transporte aéreo y espacial, la electrónica, las telecomunicaciones
y la informática, además de muchas otras disciplinas. La mentalidad de nuestra
época es que no se puede vivir bien sin una buena dosis de ciencia de por
medio, entonces, ¿por qué cerrarnos a nosotros mismos la puerta a una vida más
confortable, con más tecnología, más conocimiento de por medio? ¿Cómo es
posible restringir la búsqueda del espíritu humano al conocimiento científico y
a los frutos que produce con su progreso? ¿Por qué dejarnos llevar de tabús infundidos
por personas ineptas que ven amenazante y apocalíptico el poder que ha ido
adquiriendo la ciencia a través del desentrañamiento de sus más profundos y
excitantes secretos? En este trabajo quisiera hablar de uno de esos tabús
cínicamente suscitados: La Física enfocada al armamentismo nuclear. La física
nuclear es una de las más jóvenes ramas de la ciencia y actualmente es la que
más llama la atención de millones de personas: en especial científicos,
gobernantes, ambientalistas y moralistas. Son precisamente estos dos últimos
grupos quienes más obstáculos le han puesto al desarrollo científico y más mala
fama le han dado a quienes lo practican, precisamente por entrometerse en
asuntos que no son para nada de su incumbencia y mucho menos de su comprensión
tanto de sus métodos, como de sus alcances.
La
ciencia en su innegable fecundidad no debe paralizarse a causa de personas
ajenas a ella que solo buscan parar su progreso usando métodos desde todo punto
de vista reprochables, usando su dialéctica, su sofismo, para convencer
principalmente a los gobiernos y al público en general, pues se niegan con
constantes evasivas a debatir con los verdaderos hombres de ciencia. Ramas “del
saber” totalmente artificiales y
alejadas de la realidad, que sólo han sido creadas por el hombre por su
pragmatismo en el establecimiento de la relación con sus semejantes; como la
sociología y la ética, se vienen inmiscuyendo más y más en aquellos temas de
los que son ignorantes, obviamente desde la periferia, arrebatando gradualmente
la confianza que hasta ahora la humanidad le ha concedido a la ciencia. Hace
poco, Rustom Roy, científico y crítico de los Estados Unidos aseguró que en la
actualidad los científicos, a causa del desprestigio que ha sufrido, son
considerados en algunos círculos como “welfare
Queens in White coats” (reinas de bata blanca a cargo de la asistencia social)
; lo cual entra en total contraste con el estatus que les era concedido en
tiempos anteriores, como sujetos de alta intelectualidad, destinados a guiar al
mundo hacia el mayor conocimiento y calidad de vida posibles. Lo más preocupante es que muchos de estos
humanistas son muy influyentes tanto en el vulgo como en las altas esferas,
haciendo que su mentalidad se replique a gran escala; por ejemplo, el escritor
británico Bryan Appleyard, que es bastante respetado en el mundo literario,
señala en su obra “Ciencia vs
Humanismo” frases como las
siguientes: “Los logros de la ciencia
pueden ser vistos, simplemente, como delitos y su conocimiento puede ser
considerado como pecado” ó “la
ciencia nos ha construido, la ciencia nos ha destruido, es hora de que hagamos
las reparaciones, defendiendo lo humano contra el monstruo en que la ciencia
amenaza convertirse”; esto lo defiende de una forma más filosófica que
científica, pero causa gran convicción en la mayoría de sus lectores, que a su
vez tristemente se vuelven detractores de la ciencia.
Abundan
libros, páginas en internet y artículos de prensa escritos por estos enemigos
de la ciencia que solo se dedican a sembrar cizaña entre el público, exponiendo
argumentos idealistas o simplemente criticando aquello que los otros hacen; en
palabras del gran físico Steven Weinberg: “son
simples “posmodernos humanísticos” que gustan de cabalgar las olas de campos
vanguardistas, a fin de cocinar sus argumentaciones propias acerca de la
naturaleza fragmentaria y casual de la experiencia causando graves fisuras en
la apreciación corriente de la verdadera esencia científica”. A causa de
esta intromisión en aquellos ámbitos que escapan a su comprensión, han sido
ridiculizados frecuentemente por los científicos al caer en ciertas chanzas,
que estos mismos propician. Por ejemplo, en 1996, el físico Alan Sokal escribió
un artículo en Social text, condimentado
con numerosos absurdos, al explicar ciertas implicaciones sociales que podría
tener la investigación nuclear. Tras su publicación, se convirtió en un fuerte
tema de discusión en los comentaristas humanistas que exageraban dichas
consideraciones. Tiempo después, Sokal exhibió su jugarreta en otro artículo,
mofándose de quienes cayeron en la trampa, a causa de la ignorancia en torno a
aquellos temas.
Hoy en
día, no se conforman sólo con la crítica, si no que se asignan el rol de
visionarios y profetas del porvenir trágico de la ciencia para la humanidad,
nacido de su simple imaginación y su sugestión en torno a sus alcances y sus
restricciones. Por ejemplo, como lo expone con lujo de detalles el profesor
John Mueller en su libro más reciente “Obsesión
Atómica: Alarmismo nuclear desde Hiroshima hasta Al Qaeda”, las creencias
populares acerca del armamentismo nuclear están tan alejadas de la realidad
como los cómics de superhéroes o las teorías de inteligencia extraterrestre.
Además, en propias palabras de Mueller: “Las
armas nucleares han tenido una inmensa influencia en las agonías y obsesiones
del mundo, inspirando retórica desesperada, teorizaciones extravagantes y
frenéticas posturas diplomáticas”. Ideas recurrentemente infundidas por personas
carentes de formación científica como la de la facilidad en la fabricación y
manipulación de estos dispositivos, o la posesión de estas armas por grupos
terroristas como Al Qaeda, son tajantemente falsas. De hecho, la carrera
armamentista en materia nuclear requiere décadas de estudio, además de cientos
de científicos y multimillonarias inversiones, asimismo requiere el desarrollo
sincronizado de muchas disciplinas relacionadas como la física teórica y la
química compleja, aparte de la ingeniería y la tecnología que interviene en los
equipos y los procesos que para él se requieren. Por otra parte, con relación a
la facilidad en la manipulación, cabe resaltar que en los laboratorios, ni
siquiera los mismos ensambladores conocen los secretos del modo de detonación,
incluso se les incorporan sistemas que la desactivan en caso de hurto, pérdida
o accidente (que a propósito dan cuenta de que sí existe ética y altruismo en
la ciencia); buen ejemplo de ello es lo ocurrido en el incidente de Palomares,
España a mediados del siglo pasado, donde dos aviones estadounidenses cargados
con armamento nuclear tuvieron una aparatosa colisión, pero a pesar de lo
monumental del hecho, los misiles nucleares permanecieron inalterables, no
detonaron, por el mecanismo antes descrito. Con hechos como este, bastante
deformados por los comentaristas contemporáneos, se puede verificar la
incongruencia entre el verdadero mundo científico y el pseudomundo catastrófico
que nos pintan aquellos que quieren contagiarnos del abrigo de la sugestión y el velo de la
ignorancia que cubre sus débiles pero influyentes mentes.
Después
de hacer este pequeño esbozo de los procesos y los resultados de la
investigación atómica, quisiera hablar de la parte inicial, las fuentes
pioneras de la investigación, no menos instigadas por los comentarios
malintencionados de los críticos éticos, socialistas y humanistas. Ahora el
problema es el de la inversión en dichas pesquisas enfocadas al desarrollo de Armas
de Destrucción Masiva (AMD).
Si bien
es cierto que el gasto en armamentismo nuclear, desde la segunda guerra mundial
en las potencias mundiales ha sido estremecedoramente monumental (en Estados
Unidos por ejemplo, de más de US $5.5 billones, según la Brookings Institution), la mayor parte de todo ese gasto ha sido en
los procesos y no en los fines. Para nadie es un secreto que los desastres
cataclísmicos que han sido divulgados durante tantos años en libros de ciencia
ficción, libros escatológicos y páginas en Internet de teorías conspiratorias,
se han quedado sólo en eso, en el papel ( tal vez el desastre de la bomba
atómica en Japón sea la única que me contradiga); y esto ha ocurrido porque el
desarrollo en armamentismo nuclear se ha utilizado simplemente con el fin de
satisfacer el ego de los países que las promueven, de usar sus resultados
experimentales en el progreso de otras disciplinas y de sembrar cobardía en
quienes pretendan desafiarles. Esto contradice totalmente a los humanistas
apocalípticos quienes promulgan en sus no poco numerosos ni poco extensos
escritos sofísticos, que el fin último del desarrollo de la milicia nuclear es
el de infringir muerte y desastre a sus semejantes, apaciguando así su insaciable
ideal pulsional del tirano que llevan dentro. Como contraejemplo, en la
actualidad, cuando se disponen de armas nucleares desde la primera hasta la
sexta generación (éstas se clasifican según su grado de alcance), nunca son
llevadas a campos de guerra como el del medio oriente, pues el efecto de las de
corto alcance se puede alcanzar con armas convencionales y, las de gran alcance
están prohibidas, pues seria ridículo acabar con el enemigo infringiéndose
daños letales a sí mismos, a causa del amplio espectro de acción que estas
últimas provocan.
Por
último, para acabar de ridiculizar a los humanistas proféticos con complejo de
sabelotodo, podría resaltar aquí que los limites de la investigación y los
desvíos en los fines de los proyectos científicos, se establecen en el lecho
interior de la ciencia misma y no tanto en los estatutos gubernamentales
mediados por las leyes ético- sociales que ellos promulgan. El mejor ejemplo de
ello es el desarme a fines de la guerra fría. Incluso antes de que el dictador
ruso Mikjail Gorbachov y el presidente norteamericano Ronald Reagan acordaran
reducir sus municiones, los laboratorios de ambas partes ya habían renunciado a
buena parte de él, incluso más de lo acordado por las medidas pactadas, a causa
de los altos costos de almacenamiento que eran requeridas, además de los costos
de mantenimiento, acatadas por los mismos científicos. De igual modo ocurrirá
con lo que viene en materia de genética humana, física de altas energías y
cibernética; existen numerosas preocupaciones infundidas en la sociedad por
personas confundidas y equivocadas que replican dicha confusión en las
mentalidades mas débiles, se hablan de colapsos mundiales, de destrucción,
caos, cyborgs y androides que nos dominaran, y todo tipo de payasadas alejadas
de la verdadera realidad científica; por ejemplo, la inteligencia artificial,
otorgada a las máquinas, jamás será tal como para dotarlas de voluntad( cosa
que ni al más desquiciado científico le convendría), además, el estudio de
física de altas energías jamás será tal
como para escapársele de las manos a estos genios de la ciencia y ocasionar
fluctuaciones al gran equilibrio que predomina en el cosmos. El único vestigio
de realidad que se puede dilucidar en esos escritos, como ya he insinuado
anteriormente es el de la catástrofe de la bomba atómica en Japón, que los
humanistas usan como ejemplo “del acto
irresponsable de los científicos al querer dominar asuntos de la naturaleza que
acaban por escapárseles de las manos”. Esta postura es equivocada desde todo
punto de vista. Los científicos del Proyecto
Manhattan que participaron en la fabricación de la bomba atómica, conocían
exactamente el poder destructivo de éste artefacto, y eso a lo que se le llama “escapársele
de las manos” es simplemente el hecho de relegar sus logros a la disposición de
otras entidades, en ese caso, al gobierno de los Estados Unidos. Acusar de
culpables a los científicos por los estragos causados en Hiroshima y Nagasaki
es tan ridículo como acusar a los extractores y procesadores de hierro, como
los culpables de los perjuicios ocasionados actualmente por el uso de armas
bélicas convencionales, lo cual evidentemente carece de sentido.
Ahora
bien, llegado a este punto concluiré esta superficial exposición un tanto
argumentativa sobre este importantísimo tema que a todos nos involucra, no sin
antes señalar que todo lo que aquí he resaltado a propósito de los errores en que han caído
los críticos de la ciencia al pretender tomarse el papel de expertos en aquello
que no comprenden, no ha sido planeado con el fin de quitarle crédito a la
ética, ya que en la ciencia, como en cualquier otra profesión, es
imprescindible en el modo de actuar y el establecimiento de cooperación mutua.
Más bien mi propósito es de el de defender un poco la magna y prolífica ciencia
de la actualidad que sufre de múltiples malinterpretaciones y reformulaciones
surgidos de los que califico como “círculos
patógenos” que sólo buscan arrastrar una corriente de pensamiento,
manipulando la retórica a su antojo para seducir los mentes de aquellos que se
van convirtiendo en sus adeptos involuntarios. Tal vez los argumentos y hechos
particulares con que sazono este texto puedan producir en quienes lo lean una
duda metódica que los ayude a reflexionar sobre aquello que reciben a oídas y
los incite a no enredarse en los hilillos de estos marionistas de mentes así
como también a hacer caso omiso de aquellas modalidades irracionales que hoy en
día aquejan a la humanidad, que sólo profesan catástrofes y problemas colosales
allí donde nunca han existido y, según pintan las cosas, jamás existirán.
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